Esta es la primera fotografía que se conoce del Cementerio San Fernando de Coín y fue tomada hacia 1915 por don Miguel Salgado Vázquez, más de veinticinco años después de que fuera inaugurado. Haciendo clic en ella puede apreciarse el entorno de su ubicación al verse completa en el original de que dispone el archivo de nuestra fundación. Sin embargo, el nombre del primer fotógrafo coineño no solo está relacionado con el sagrado lugar por esta vista, sino que tuvo una activa participación profesional en su planeamiento y construcción. Pero antes hubo un largo camino y una interesante historia que, a paso rápido, recorremos aquí...
El primer 'camposanto' del que tenemos noticias existió intramuros en la villa de Coín tras la conquista cristiana en 1487, estaba localizado en los alrededores de la Iglesia de Santa María de la Encarnación, después de ser habilitada esta sobre las ruinas de la antigua mezquita por los primeros repobladores y convertirse en la primera parroquia, contándonos don Fernando de Hermosa y Santiago en sus 'Apuntes' al transcribir los Repartimientos que era 'dilatado y espacioso'.
El engrandecimiento de la villa hizo que quedara pequeña esa iglesia para el culto de los numerosos fieles coinenses y se trasladó el principal de los cultos a la nueva parroquial de San Juan Bautista levantada al efecto, por lo que durante los siglos XV y XVI también se efectuaron en esta los enterramientos comunes, quedando la de Santa María solo para los pobres que no tenían medios para sepultarse en la parroquia principal con 'decencia y distinción'. Práctica que estuvo vigente hasta que en 1871 se cambió la vieja solería de mármol por otra nueva y finalizaron para siempre las inhumaciones en ella.
El otro lugar era el desaparecido convento de San Agustín, donde se veneraba desde su fundación a principios del siglo XVI al patrono de ésta, San Sebastián, y en donde solían tomar sepultura los vecinos más acaudalados de la villa.
Las proporciones del recinto y el aumento de población crearon la necesidad de aliviar a la iglesia de San Juan de esta función y desde finales del siglo XVIII se vino utilizando provisionalmente como cementerio civil un solar en calle Matadero al que se accedía por la casa nº 10. La actual calle Finados debe su nombre precisamente a ser por ella por donde tenía que pasar el cortejo fúnebre en su recorrido hasta llegar allí.
Este cementerio, que a pesar de sus deficiencias y carencias satisfacía las necesidades del municipio, no era otra cosa que un foco peligroso para la salud, dada la cercanía del vecindario y del matadero municipal, además de la poca solidez de la edificación que en innumerables ocasiones por motivos de lluvias y tormentas resultaba enormemente deteriorado y dañadas sus tumbas, muros y cerramientos.
Las torrenciales lluvias caídas en Coín la noche del 10 de noviembre de 1831 ocasionando uno de los mayores desastres que este pueblo recuerda, y que fue narrado por don Bartolomé Abelenda en su conocida obra 'El lobo y la oveja', supuso la puntilla definitiva para que las autoridades comenzaran a tomar conciencia de la urgente necesidad de dotar a Coín con un cementerio civil municipal, separado de los oficios religiosos, apartado del núcleo urbano, acorde a los nuevos tiempos, decencia y categoría. Se inicia entonces un largo y paciente proceso ciudadano y administrativo, que necesitaría aún varias décadas más de tiempo hasta conseguirlo.
En 1856 el Ayuntamiento de Coín había decidido que el nuevo cementerio se emplazara en la llamada huerta de San Antón y acuerda encargar el proyecto a don Cirilo Salinas Pérez, un prestigioso arquitecto autor de relevantes obras civiles y religiosas en la Málaga de su tiempo, como el Hospital Noble, el cementerio san Miguel o la Casa de Comedias, actual sede del Instituto de Turismo Andaluz, que me es muy familiar, pues era el abuelo de mi abuela paterna.
Don Cirilo, no obstante, recomienda como mejor enclave para la construcción del nuevo cementerio la zona del Ejido y firma los planos el 4 de noviembre del mismo año. Los lentos trámites y complicados expedientes administrativos, las nuevas normativas estatales de sanidad al respecto, además de otras necesidades públicas que se hubo de atender, a más de cierto olvido y gran dejadez, hicieron que ese proyecto permaneciera pendiente de ejecución en su carpeta treinta años más.
Efectivamente, no es hasta el 30 de enero de 1887 que consta en las actas municipales el concurso abierto por el Ayuntamiento a fin de que hicieran su ofrecimiento los dueños de terrenos que quisieran optar a la venta, reunidos los requisitos exigidos. Pero no es hasta meses después, con la elección a primero de julio del alcalde don Fernando Rosado Aguado, que este asunto se agiliza y por fin se toma en serio su solución.
El alcalde consigue aunar criterios con respecto a la ubicación del nuevo cementerio y se decide unánimemente, por ser el más idóneo, que el lugar sea el mismo que el arquitecto don Cirilo Salinas ya había indicado: 'El llano de Pérez' en el partido del Ejido.
Seguidamente, los técnicos, entre ellos el perito agrónomo don Miguel Salgado, informan favorablemente y se formaliza el contrato de compraventa con el propietario del Llano don Juan de la Bárcena Gómez, como así consta en el acta municipal del 9 de octubre de aquel año. En aquel mismo Pleno se da cuenta de la petición de acondicionar el solar, todavía con las ruinas del antiguo convento de agustinos, para dedicarlo a paseo, lo que hoy sería el parque de San Agustín a la entrada de la ciudad por la carretera de Málaga, aconsejándose que el material de la edificación derruida pueda utilizarse en la construcción del nuevo cementerio.
Don Miguel Salgado Vázquez, en calidad de perito agrónomo municipal, y el maestro de obras don Francisco Moreno Flores, son los encargados de diseñar y dirigir la construcción de la nueva necrópolis. Para ello, desempolvan los planos del arquitecto don Cirilo Salinas y sobre ellos proyectan con modificaciones lo que luego será el Cementerio de Coín. Este proyecto, firmado por el maestro de obras, después de remontar algunas vicisitudes es aprobado definitivamente por el Gobierno Civil de Málaga el 26 de enero de 1888.
Terminadas las obras, es bendecido e inaugurado el recinto con toda la solemnidad que el acontecimiento merecía en la mañana del 30 de mayo de 1888. Durante el acto y en los discursos pronunciados se pidió que llevara el nombre de San Fernando, porque ese día correspondía al santoral y, además, en agradecimiento y homenaje al alcalde, don Fernando Rosado, por su constancia y energía para lograr que fuese una realidad.
Doña Isabel González Sedeño, fallecida el 7 de julio siguiente, fue el "primer cadáver que ocupó este cementerio" como así reza su lápida.
De las obras realizadas en 1999, sin respeto alguno al valor y memoria de lo ya existente y que tanto afean el lugar, hablaremos otro día.
|