JAVIER MUGUERZA
   
     
Carta al Foro Coineño para la Recuperación de la Memoria Histórica
   
           
           
           
           
     
   
   
 
           
 
Esta carta escrita por nuestro paisano el profesor don Javier Muguerza, en respuesta a la invitación hecha por el Foro Coineño para la Recuperación de la Memoria Histórica con motivo de la inauguración del Monumento a las Víctimas de la Guerra Civil en Coín, y que fue leída por José Manuel García Agüera en el emotivo acto celebrado en el Cementerio Municipal la tarde del sábado 19 de junio de 2010, se publica por esta fundación con el propósito de difundir su mensaje de reconciliación que hacemos nuestro sin reservas
 

En la imposibilidad de asistir personalmente a vuestra convocatoria de hoy, os envío estas líneas de adhesión que espero que algún buen amigo sea tan amable de leer por mí. No es la primera vez que me adhiero a una iniciativa del Foro Coineño para la Recuperación de la Memoria Histórica, el cual me honró en el prospecto del Acto de su Presentación el 15 de septiembre de 2006 con la reproducción de las siguientes palabras mías: “(…) Mi familia está enterrada bajo el altar mayor de la Iglesia de San Juan y los nombres de sus caídos figuraron durante muchos años en la correspondiente lápida conmemorativa de uno de los muros de ese templo, mientras que los del otro bando nunca figuraron en ella y con frecuencia ni tan siquiera se sabe dónde se hallan sepultados sus restos (…)”. Reitero hoy una vez más esas palabras, que solamente pretendían llamar la atención sobre la falta de equidad con que en nuestro país se encuentra aún repartido ese derecho elemental de todo ser humano que es el derecho de enterrar a sus muertos y celebrarles duelo, derecho representado de manera ejemplar a lo largo de tantos siglos de nuestra cultura, desde Sófocles a María Zambrano, por la figura trágica de Antígona.

Tras una cruenta guerra civil y más de medio siglo de posguerra, repartido entre una ominosamente larga dictadura y una todavía vacilante restauración de la democracia, aquella injusticia sigue en buena parte sin reparar y constituye un anacrónico obstáculo para la reconciliación definitiva de los españoles que hemos compartido tan amarga historia. Un por entonces joven poeta familiarmente procedente del bando vencedor en la contienda, pero no obstante disconforme con la situación que le había tocado en suerte vivir, dejó escritos estos versos que hubieron luego de mover a la reflexión a gentes más jóvenes de análoga procedencia familiar:

“De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal (…)”.

Terminar mal podía querer decir en nuestro caso dejar abiertas las heridas si es que no añadirles otras nuevas, hurgar en ellas despiadadamente e impedir a fin de cuentas su cicatrización sometiéndolas a la implacable acción de esa sustancia corrosiva que es el rencor.

De todo ello ha habido ciertamente y sigue habiendo entre nosotros, y de todo ello sabía sin duda Jaime Gil de Biedma, el autor de aquellos versos. Nuestra Guerra Civil del 36 acumuló por igual entre los contendientes actos sublimes de heroísmo y horrendos crímenes sin cuento, de modo que cualquier Historia de la misma que pretenda aspirar a la imparcialidad tendría que rendir tributo al certero título de Juan Eslava que rotula la suya como Una Historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie. Pero, como Gil de Biedma sabía también, ni nuestra historia ni ninguna otra puede darse a sí misma por terminada, pues en tanto que sus protagonistas nosotros siempre podremos hacer algo por cambiarle el final.

Los herederos de ambos bandos de nuestra Guerra Civil haremos bien en aceptar la invitación de otro poeta, Antonio Machado esta vez, cuando nos dice:

“(…) Hombres de España, ni el pasado ha muerto
ni está el mañana ─ni el ayer─ escrito”.

Como hombres y mujeres de este país, escribámoslos hoy de otro modo, esto es, sin animosidad ni revanchismo. Enterremos con nuestros muertos la guerra misma. Y hagamos nuestro el lema de aquel hombre sufriente y desgraciado que fue don Manuel Azaña, quien pedía antes de morir y para todos Paz, piedad y perdón.

Desde el profundo afecto a la memoria de mi padre y el resto de mis familiares injustamente asesinados, tiendo mi mano a todos los afectados por el injusto asesinato de los suyos.

Un saludo desde Madrid,

   
         
   
   
           
           
         
     
   
 

 

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