Llegaron a la Alameda de Coín aquella mañana de domingo. Era marzo. Montaron una sencilla estructura frente a lo que hoy es la 'puerta del sol' y fijaron a ella el extremo de un largo y grueso cable metálico. El otro, en lo más alto de la cubierta del edificio 'Los Rosales', hacía dibujar una curva en el cielo que pendía sobre nuestras cabezas al atravesar el paseo.
La gente fue congregándose por allí y, mientras miraban hacia arriba, el ruido estruendoso del escape de la motocicleta anunció el inicio del arriesgado espectáculo. Yo lo vi desde el balcón de Maribel y desde allí tomé estas fotografías. Era 1986 y eran Los Karindas. Un humilde grupo familiar de funambulistas que trabajaban gratis y vivían de lo que buenamente les daba la generosidad del público.
Ellos convirtieron la Alameda de aquella alegre mañana que estrenaba primavera, en una pista de circo desconocida hasta entonces y a todos se nos encogió el alma con aquel niño de once años y las 'imposibles' acrobacias y equilibrios que realizaban suspendidos en el aire, a cuerpo limpio.
Tras los aplausos contabilizados en cestillas, recogieron bártulos y continuaron su arriesgado pasar por las plazas de España, aunque les fuera la vida en ello. Un par de meses después llegaron a Madrid y en las fiestas de san Isidro presentaron su número, siempre adaptado a la gravedad del momento y nuevo lugar.
Los periódicos dieron en sucesos la noticia de la muerte, el mismo día del santo labrador, del acróbata Julián de la Horra, de 35 años e integrante de este grupo marroquí, al haber caído durante la exhibición en la abarrotada plaza de España, donde colocado el cable a más de 80 metros de altura descendía hasta la calle Bailén. El alambrista se deslizaba sujeto por el pie con una correa que se rompió.
Hoy encuentro estas azarosas imágenes de mediados de los años ochenta y comparto con todos la crónica personal de aquel funambulista momento de nuestra coineña vida cotidiana, que nunca vislumbró la tragedia.
Marzo de 2014 |