Existen estaciones ajenas a los mapas
donde todos sus trenes
quedaron detenidos
al borde del silencio.
Estaciones vencidas, relámpagos sin dueño,
a las que ya no acuden
las voces cristalinas de jóvenes muchachas.
Sus andenes cetrinos, perfiles de derrotas,
son la urdimbre de viejos
veleros fantasmales
varados entre ruinas.
Es en este lugar
donde un día la vida
era un faro encendido.
Ahora las palabras
esparcen su neblina
y se elevan sus flores secas
junto a la cicatriz del agua
o a la silente herida de las ánforas.